Crímenes amateur made in Hitchcock

UNA OCASIÓN HORRIBLE (Once Upon a Dreadful Time, 1964)
Autor: Varios
Editado por: Alfred Hitchcock
Colección: Caimán nº397
Edita: Editorial Diana, México, 1967
Alfred Hitchcock en la década de los sesenta había firmemente asentado en la imaginación pública su imagen del "Maestro del Horror": un tipo bajito, impasible y dotado de un humor maravillosamente macabro que, aparte, era un cineasta brillante. A esa personalidad, Hitchcock la había convertido en una máquina de marketing, que utilizaba para presentar series televisivas de relatos de suspenso, hacer trailers de sus películas que resultaban macabramente hilarantes, tener una revista con su nombre y para que se editaran más de cien antologías de relatos de misterio que supuestamente él había elegido. Precisamente una de estas antologías es la que cayó en mis garras para ser reseñada.
Una Ocasión Horrible presenta trece relatos de asesinatos cometidos por personas comunes que un día, por varios motivos, deciden matar a alguien. También comparten otro punto común: todos son breves y con una resolución inesperada y muchas veces irónica, digna de cualquier episodio de Alfred Hitchcock Presenta. En ese sentido, la antología es absolutamente adecuada: parece bastante creíble que fuera un libro editado por ese Hitchcock que era conocido por el publico (más allá que efectivamente el propio director hubiera tenido algo que ver en la compilación).
Pero vayamos a los cuentos:
Un empujoncito de Cappy Fleers es de autoría de Gilbert Ralston, más conocido por ser el autor del libro y el guionista de las películas Willard y Ben, la Rata Asesina. En el cuento conocemos la historia de Cappy Fleers , un chofer que haría lo que sea porque su jefe no tenga problemas.
Nadie en la línea de Robert Arthur (el mismo tipo que escribía las novelas juveniles de Alfred Hitchcock y los Tres Investigadores) es una historia de sospecha maravillosa, arruinada en sus últimas veinte líneas por un remate que parece impuesto para que les quede claro a los lectores oligofrénicos que el crimen no paga.
Antigüedad de Hal Ellson (no, no es un seudónimo de Harlan Ellison, es otro autor) nos demuestra que no hay nada más peligroso que una vieja avara, paranoica y con demencia senil.
La sospecha no es suficiente de Richard Hardwick tiene como protagonista a un sheriff de pueblo que investiga una desaparición de un tipo y donde el principal sospechoso resulta ser el culpable. De hecho es una historia bastante previsible y cualquier con dods dedos de frente se da cuenta de cómo desapareció el cadáver.
Un asunto de familia de Talmage Powell es otra historia obvia, con una familia rural deshaciéndose de su terrible padrastro, algo que la verdad ,a no muchos parece importarle.
Tal vez el mejor cuento de toda la antología sea de El cumpleaños de abuelita, de ese maestro del cuento brevísimo que era Fredric Brown(hay otra reseña de uno de sus libros que ya hice hace tiempo para leer aquí). Nada más inofensivo que una fiesta de familia presidida por la abuelita, ¿no? Bueno… en este caso, no. Es impresionante como en poco más de dos páginas Brown puede escribir una historia tan densa. Impresionante.
Justicia montañesa de John "soy el hermano desconocido de William" Faulkner es la historia de gemelos e identidades equivocadas, un poco rebuscada para mi gusto.
Anatomía de una anatomía de Donald Westlake tiene una premisa maravillosa. Una vieja solterona ve caer todos los días por la ventana de su departamento una parte diferente del cuerpo humano. Y por supuesto, cuando le dice a la policía no le creen. Entonces debe averiguar quíen de todos sus vecinos está arrojando día a día al incinerador (que es lo que está debajo de ese hueco en el edificio) el cadáver en pedacitos… antes que se terminen las partes. Westlake maneja un tono socarrón que hace especialmente disfrutable las interacciones entre la protagonista (una de esas señoras criticonas y molestas que no se ganan amigos nunca) y el detective que la atiende.
Un baño fresco en un día caluroso de Fletcher Flora es el único cuento con un final fantástico de la compilación, con un desarrollo circular y un tono extrañamente bucólico. Tal vez sea el más chocante en terminos de pertenencia con el libro (uno nunca se imagina a Hitchcock dirigiendo una película basada en este cuento), pero no es nada malo en sí.
Por el mar… Por el mar… de Hal Dresner (que tiene en su prontuario el guión de Zorro, the Gay Blade) es otra historia con final telegrafiado sobre un escritor cansado de su mujer y una turista genial casada con un patán. Nada del otro mundo.
El cadáver inquieto de Tom Macpherson es sobre un jardinero que se saca de encima a la pesada de la esposa y la vuelve abono… literalmente. Algo de paranoia y un final inesperado bastante tópico.
La Leyenda de Dangerfield de CB Gilford es genial. Una vieja solterona sospecha que su sobrino la quiere matar. le avisa a la policía. Lo curioso es que ni el sobrino ni la mujer de éste lo tenían pensado de entrada. Y lo peor que se lo dijo a la policía y anda pro la vida haciendo cosas arriesgadas, lo que trae como resultado que su sobrino y señora tienen que vigilar a cada instante por su seguridad.
Finalmente, El Sospechoso Número Uno de Richard Deming muestra que hasta una buena persona puede cometer un crimen y salir bien librado.
En el balance final, no es una mala antología de relatos con los buenos superando ampliamente a los mediocres. Pero en última instancia, el libro valdría solo por el por su prólogo, una pequeña joya de elegante humor macabro firmado (y me gusta pensar que escrito tambien) por el propio tío Alfred, y que transcribo aquí abajo, como postre de esta reseña. ¡Bon Appetit!
PROLOGO
Departamento de desapariciones
Mucho tiempo me he sentido fascinado, en mi asociación con lo criminal y lo extraño, por el curso de las desapariciones misteriosas.
En ocasiones, pueblos enteros se desvanecen, como la primera colonia de Virginia. El famoso sir Walter Raleigh trató de encontrar a los colonizadores, pero no tuvo éxito.
Pequeños grupos desaparecen de los lugares más improbables, como la tripulación y los pasajeros del Marte Celeste. El barco fue encontrado en buenas condiciones, en marcha y —algunos reportes lo especifican— con las mesas puestas para la cena y la comida aún caliente.
También podemos referirnos a algunas desapariciones individuales: el caballero que una mañana salió por la puerta del frente de su casa y nunca más fue visto. Otro hombre, hace muchos, muchos años, salió para pasear a sus caballos y jamás volvió. El bien conocido juez de Nueva York...
Al reflexionar, podría parecer que dichas desapariciones no tienen explicación y que no son privativas de ningún grupo, edad o profesión. Hace poco, leí en la prensa la noticia referente a un arrojado operador de televisión que entró a la cueva de un brujo del Congo y nunca jamás fue visto de nuevo. Se supo de un hombre que, a la una de la mañana, recibió una llamada de emergencia y desapa¬reció en algún punto situado entre su casa y el lugar de la cita; de un joven que desapareció durante el primer día dé sus clases en la universidad, aunque se averiguó que aquella tarde había sacado un par de libros de la biblioteca. La cuota que debió pagar por esos libros, ya es bastante alta a estas fechas.
Todas estas extrañas y horribles desapariciones parecen pedir mayores estudios e investigaciones, pero ¡cielos!, estando tan lejos de la escena de la mayor parte de ellas, y sucediéndose unas tras otras con tanta frecuencia, nunca he tenido la oportunidad de examinarlas detenidamente. Podrán darse cuenta, ahora, de lo afortunado que me sentí cuando una desaparición de igual mérito ocurrió en mi trascorral, por decirlo así.
Un caballero, al que yo conocía poco, desapareció una tarde dominical del pasado verano. Al principio nadie pensó en la posibilidad de que algo pudiera haberle ocurrido. No llegó a casa a la hora de cenar, pero no era la primera vez que faltaba. No regresó en la noche, lo cual aún podía ser explicado.
Al día siguiente se pidió a la policía que investigase. El caballero había estado en su casa durante la mañana, salido a comprar los periódicos del domingo y luego regresado a su casa. Los periódicos fueron encontrados en la sala; nada extraño había en ellos.
Temprano, aquella tarde, había conversado con un vecino, después de lo cual cada uno de los dos hombres entró a su casa para ver un juego de béisbol por televisión. El vecino no volvió a verlo jamás.
Al hacer las preguntas de rutina a la esposa del caballero, se estableció que el aparato de televisión súbitamente se había descompuesto. El hombre trató de arreglarlo, pero no tuvo éxito. Su esposa le sugirió que acudiera a la taberna local para ver el final del juego. Dejó su casa, según la esposa reportó, aproximadamente a las dos treinta y cinco.
Me interesó el asunto y cuidadosamente leí todo lo que se reportó sobre el caso. La investigación demostró que nadie vio al caballero salir de su casa, que nadie lo vio en la calle ni lo encontró en la taberna. Después de algunas semanas de búsqueda, la policía tuvo que darse por vencida. El caballero nunca fue localizado.
Una situación de lo más interesante.
Por una amistad mutua, me enteré de que la esposa del desaparecido había resentido la tragedia tan profundamente que tuvo que someterse al tratamiento de varios médicos. Uno de ellos le sugirió que se dedicara a algún entretenimiento creativo para que dejara de pensar en sus problemas. Después de algunas pruebas, la señora se dispuso a trabajar en el traspatio de su casa. Me dijeron que ha realizado una espléndida tarea al reformar, personalmente, el piso del sótano.
De haber sido yo el médico de la señora, le habría recomendado que leyera algún buen libro... y si usted se siente tenso, infeliz, abandonado, le sugiero que lea las páginas siguientes, y me permito expresar mis mejores deseos por que pase un espeluznante rato de terror.
-ALFRED HITCHCOCK
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